La selección
argentina de fútbol comandada por Marcelo Bielsa empezó su travesía hacia otro
mundial en febrero de 1999, después de la renuncia de Daniel Passarella luego
de la eliminación del conjunto albiceleste en los cuartos de final del mundial
de Francia a manos de Holanda, un año antes. Bielsa se hizo
cargo de las riendas del seleccionado, y se había despertado en la gente, tanto
en el periodismo como en los espectadores en general, una especie de
incredulidad acerca de la actuación de este rosarino al frente del equipo. Más
allá de que llegaba con algunos pergaminos, conseguidos por lograr los
campeonatos locales con Newell’s y Vélez, y otro en tierras mexicanas, Bielsa
no contaba con demasiado crédito para ocupar ese puesto tan importante. Las
sucesivas victorias del seleccionado argentino hicieron que el cuerpo técnico
se ganara la confianza de la gente y del periodismo en general. Con un estilo
que para muchos representaba más la identidad europea que la argentina (“Los
embajadores”, de Christian Grosso, La Nación, 29/05/2012), a fuerza de buenos
resultados el equipo se empezó a ganar el respeto. Respeto que se acrecentó con
la crisis social y política que nuestro país sobrellevaba en aquel año 2001, y
que plasmó toda la violencia a finales de ese año con los recordados sucesos
acontecidos en la Plaza de Mayo con las protestas y lamentables muertes que
desencadenaron la renuncia del presidente Fernando de la Rúa.
A partir de esto
podemos empezar a trazar un paralelismo o más bien una conexión con el equipo
argentino, ya que la situación que se vivía por aquel entonces era un campo
fértil para la búsqueda de cualquier cosa que genere sentimientos positivos, que le de esperanzas a la
gente. Bonifacio del Carril escribía: “en medio de la más honda y acuciante
crisis argentina, hablar de fútbol parece frívolo. Pero si se mira bien, evocar
la trayectoria de la selección nacional puede ser provechoso. El momento es
oportuno” (“El ballet de la pelota”, La Nación, 23/05/2002).
“Argentina vive un
momento malísimo […] no le vamos a dar de comer a los argentinos, pero el
fútbol sigue siendo la vía de felicidad para ellos. Unas
de las pocas cosas que no les han robado” (Claudio Caniggia, Clarín,
15/05/2002). Esta declaración del jugador da clara muestra de lo que se sentía
en el plantel argentino. Después de las decisiones económicas tomadas por el
gobierno de turno, como el “corralito”, lo poco que le quedaba a la gente era
la esperanza.
El periodismo
empezó a construir la idea de que esa selección le iba a dar a la gente lo que
los políticos no podían, como en la nota publicada también en Clarín el
14 de Enero de ese mismo año, con el título “De la decepción del ‘98 a la gran
esperanza del 2002”. La gente ansiaba el título, muestra de esto iba a ser la encuesta hecha por alumnos de Deportea
en la que el 70% de los encuestados dijo que prefería el título a la mejoría de la
situación del país.

Hay, quizás una
conexión más que se puede marcar. Ni bien se realizó el sorteo para la copa del
mundo, Argentina pasó a integrar lo que los medios inmediatamente llamaron “el
grupo de la muerte”. La selección iba a disputar con Inglaterra, Suecia y
Nigeria, la chance de pasar a segunda ronda. En una nota publicada en la sección
de deportes de “La red 21”, Bielsa comentaba: “el azar en el sorteo no nos
favoreció […] pero todos los que amamos el fútbol celebramos las competencias
exigentes”. En Clarín el rosarino también se refería a lo mismo: “nos
tocaron rivales de mayor dificultad […] pero soy optimista, con este grupo se
potencian nuestras ganas de jugar bien y de ganar”. Si tenemos en cuenta la
situación económico-social del país, y las dificultades que atravesaba la
gente, podemos llegar a trazar un
paralelismo entre estas dos situaciones, donde “el grupo de la muerte” serían
las dificultades que les tocarían atravesar a la sociedad; y como bien dice
Bielsa, a mayor exigencia, mayor motivación para enfrentarlas, para transformar
ese “grupo de la muerte” en el “grupo de la esperanza”.
por Facundo Sosa
por Facundo Sosa
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